Leyenda del Turrialba

Leyenda del Turrialba Leyenda del Turrialba

Hay muchas leyendas en Costa Rica, muchas de ellas hablan de espíritus, maldiciones, demonios.

Nuestros antepasados utilizaban muchas de ellas para darle una explicación a eventos naturales. Trataban de contar estos eventos en una narrativa donde se desarrollaban personajes relacionados directamente con el suceso.

Una de las Leyendas que hablan sobre eventos de la naturaleza, es la Leyenda del Turrialba. Esta leyenda específicamente habla sobre la creación del Volcán Turrialba, el cual se encuentra ubicado en el distrito de Santa Cruz, en el cantón de Turrialba, provincia de Cartago. Es el segundo volcán más alto de Costa Rica (3340 msnm) y uno de los más activos.

El relato: Leyenda del Turrialba

Muchos años antes de la conquista, habitaban esta región, indios fuertes y valientes. El Cacique, que era un anciano viudo, cuidaba como único tesoro a su hija, una hermosa joven de quince años, de cuerpo esbelto, con una cabellera larga y negra como una noche sin luna.

La Tribu vivía feliz. Cira, era el nombre de la joven india, era caritativa y amorosa con todos los habitantes de la tribu; y era hábil con el arco y las flechas.

Una tarde de verano en que el sol, como una gota de sangre, se hundía tras la montaña, Cira sintió el llamado de la selva y se adentró en ella; en su caminata fue recogiendo florecillas, y no se percató que se estaba internando cada vez más en la selva. Ya el cielo reflejaba los últimos rayos de sol. Cira, se sintió muy cansada, y decidió sentarse sobre un viejo tronco, para ese momento la oscuridad de la selva la envolvía; sintió miedo, gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; y comenzó a llorar.

Por el cansancio de su cuerpo buscó la fresca hierba, donde se quedó dormida. Los árboles dejaron penetrar hilos de plata provenientes de la luna que iluminaba el rostro de aquella joven.

De pronto en la selva se escuchó un crujido por el andar de un hombre; era un indio errante, de otra tribu,  en su recorrido por la selva, llego a un lugar donde se detuvo asombrado; porque ante sus pies estaba Cira, sus ojos se encontraban deslumbrados por el descubrimiento de aquel diamante rodeado de esmeraldas; se inclinó y posó sus labios, como roce de alas, sobre los de la hermosa india; la joven  se estremeció, y de un salto se puso de pie, quiso huir, pero unos brazos fuertes rodearon su cintura.

El indio la condujo hacia la cima de un monte, ahí se detuvo y sentó a Cira a su lado, le cantó su amor acompañado del leve suspiro de las hojas y ante el alba que nacía; las estrellas temblorosas, como pétalos de rosa que se marchita, comenzaban a huir ante la llegada del dios sol.

En la tribu de Cira había confusión; ante los caracoles que con su grito anunciaban la alerta. El viejo cacique, fue el primero, que se internó en la selva preocupado por su hija. Todos los indios con sus arcos le seguían de cerca.

Después de realizar un largo recorrido, el viejo cacique de repente lanzó un grito que hizo temblar la selva; Cira estaba allí, en brazos de un hombre desconocido; los arcos de los indios inflaron sus vientres, prestos a arrojar sus flechas mortales, pero la selva se agitó, y se abrió un inmenso vientre en la cima del monte, que ocultó a la pareja de enamorados; una columna de humo sagrado comenzó a salir de aquel vientre, como desenlace de esta historia de amor.

Años después, cuando los conquistadores hallaron esta región, sus ojos se impresionaron ante aquella columna de humo sagrado, le dieron el nombre de torre-alba, que luego, con el trotar de los años, los moradores de esta región lo cambiaron por el de Turrialba.

Así nació nuestro Volcán Turrialba, protegiendo un amor prohibido.

 

Redacción

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