¿Quién no tiene recuerdos de la infancia en blanco y negro? Quizás nuestra memoria se confunde con las horas y horas que pasamos viendo programas en un viejo televisor sin pantalla a color, mezclando nuestros recuerdos con el tono monocromático de una época pasada. O quizás las memorias pasadas son poco agradables, tristes o nostálgicas, y la mejor forma de revivirlas es en tono de grises.
Una historia íntima envuelta precisamente en tonos grises es lo que nos presenta Alfonso Cuarón esta vez. La intimidad de la cotidianidad de dos mujeres y más. Y necesariamente cuando hablamos de cotidianidad debemos tener presente la complejidad que esto conlleva. Porque la vida cotidiana está cargada de un contexto educativo, social, cultural, político, sentimental y psicológico. Sin embargo, no es necesario ser mexicano, o peor aún, haber vivido en la época de los años setentas en México para entender la película. El mensaje íntimo que se nos trasmite mostrándonos los detalles de una numerosa familia es universal. Ya habrá textos más analíticos que repasen el contexto de la obra. Pero al terminar de ver la película, es suficiente recompensa para el rato invertido, haber visto un poco de la vida de Cleo. Esa mujer cariñosa, responsable, ignorante y comprometida con lo que hace.
Increíblemente hermosas son las dos horas de metraje que apreciamos, no importa que no está Lubezki detrás de la iluminación y composición esta vez, la representación de la época es enaltecida más allá de un mero requisito para hacer la historia convincente, logrando un sobrio tono nostálgico en cada encuadre.
¿Es Roma una película impecable?
A veces, cuando leemos, nos encontramos con relatos en donde desencajan algunas palabras dentro de cada oración que el escritor decide utilizar para adornar la narración. Palabras demasiado rebuscadas como decir: “Todos los carros iban subiendo lento la cuesta, pero uno de los vehículos iba de primero, y apenas era el isagoge de la carrera.” Adornar de más una frase puede hacer que se pierda la fluidez de la lectura. Porque, aunque las palabras estén bien utilizadas, no tienen armonía en el texto. Algo así es lo que sucede con el uso del lenguaje cinematográfico que hace Cuarón en Roma. Tomas, movimientos y ángulos de cámara muy bien ejecutados técnicamente, pero que no van a tono con la cotidianidad de la historia que se está contando. Algunos paneos en la primera parte de la película inclusive se vuelven repetitivos, en un afán de mostrar a la protagonista en sus labores de una forma diferente y elegante. Pero causan distracción, al sobreponer el estilo de dirección a la historia.
Si el cine se trata de contar historias, y hay que ingeniárselas para saber cómo contarlas, a veces menos es más. Entre más elaborado y complejo sea el uso de la cámara, más difícil es lograr sinergia con la historia, especialmente si esta es de ritmo pausado y tono dramático. Y Roma de hecho, no es una propuestas orgánica en su totalidad.
Al final
Una de las mejores películas del año, con momentos sublimes que allanan la falta de sinergia en algunas partes. Una gran oda a una época pasada, posiblemente de mucho cariño para el director. Ahora solo nos queda esperar, si dentro de unos años, Roma será un clásico del cine indiscutible.
Y como apunte final: la tragedia personal no silencia la euforia general. Y esto, se ve representado en la película en momentos muy significativos, momentos que la hacen una gran película.