¡Feliz día del Gamer!

¡Feliz día del Gamer! ¡Feliz día del Gamer!

Es el cuarto miércoles de diciembre de 1990 en algún pueblo soleado de San José. El olor a leña quemada y pino recortado que viajan junto al viento refrescante del norte, se enfrascan en una batalla contra los humos que expide el tamal recién abierto. Y a través de la ventana en la casa de al lado, pero muy muy lejos, casi llegando al reino champiñón, una princesa es rescatada de un abominable; aunque más que todo incomprendido dragón. Luisito, de 5 años, experimenta su primer gran triunfo mientras permanece sentado en su propio cuarto.

No puede guardar la partida, no hay tarjeta de memoria, y su vida está en riesgo, según las teorías de su tía que asegura que aquella máquina terrible (el NES) se calienta y puede explotar de tanto usarla. Nada de eso detiene a Luisito de su intento por saltar sobre el dragón lleno de picos, sus llamaradas y una que otra hacha voladora cuyo origen permanece hasta el día de hoy desconocido.

Y no se detuvo…

Saltó tan alto que cruzó generaciones, a pesar de los atisbos incesantes de sus tías y abuelos desesperados por bañar en agua bendita aquél pequeño niño, tierno y benigno, que era incapaz de despegar sus ojos de la pantalla. Aterrizó sobre un Yoshi, con todo y una capa amarilla en su espalda. Y esta vez tenía más botones en sus manos, y uno que otro color más en su televisor. Ya no era un niño, ya había atravesado el Planeta Zebes y estaba dispuesto a acabar con Andross para salvar la galaxia. ¿Quién lo iba a detener?

Tampoco fueron capaces de parar a Jorgillo, aquella madrugada del 98 con foco en mano, iluminando la pantalla a blanco y negro y capturando cuanto monstruo se le cruzara en el zacata creciente. Ni mucho menos le detuvieron cuando se atrevió a viajar en el tiempo. Era el 13 de marzo de 1999, cuando su Nintendo 64 tenía ya casi 20 horas sin haberse apagado. “¡Hay que sacar a Ganon del reino!” se pensaba mientras tocaba las notas en su ocarina. Se sentía distinto; por supuesto, ahora con una dimensión más añadida que beneficiaba a los plomeros saltarines pero perjudicaba a las piezas rusas que había que colocar en orden.

¡Escapamos a la tercera dimensión!

Ahora todo era distinto, la cámara se movía si a mí me apetecía. Era como cruzar a un universo aún sin explorar. Y algunos intentos fallidos no evitaron que pronto Juliana estuviese disparándole a zombies en Racoon City o escapando de dinosaurios maniacos en una base secreta del gobierno americano.

¡Pero nos apresuramos demasiado! En cuanto tuvimos la chance de presionar aquél R1 en nuestro DualShock2, nos vimos incapaces de frenar nuestro BMW, y aquella necesidad de velocidad nos convirtió en los más buscados. Pronto nos encontramos con 5 estrellas en nuestro radar, y huyendo en bicicleta por toda San Andreas porque el cuaderno con las claves se había quedado en la casa del vecino. Disparar no era una opción, a menos que nos encontráramos en el Counter Strike, pagando en los Café Internet por una hora de perseguirnos dentro de un mapa cerrado para que al final nos ganara el compa que siempre elegía el sniper.

¡Nos veremos los avatars!

“¡Así nada que ver!”, se quejaba Miguelillo furioso porque en ese juego no podía usar el Needler para hacer huir despavoridos a sus enemigos, y pagaba las dos tejillas. Se retiraba en el Pelican a desahogar su ira contra los dioses del Olimpo con sus Espadas del Caos en mano, mientras al otro lado de la pared se desataban las llamaradas infernales en el concierto de metal de Tatiana, que tenía que tocar con su mando porque la guitarra salía muy cara. Y fue entonces que a Marta se le ocurrió “ojalá pudiera quedarme aquí, amiga, para no tener que dejar de jugar”, y pronto sin que nadie se enterara de lo rápido que se ha ido el tiempo, comenzamos a conectar nuestras ideas, nuestros triunfos y nuestras derrotas cada uno desde su propia casa.

Eduardo siguió la mejenga con los compas a pesar de que afuera llovía a torrenciales descarados, y metió un golazo desde fuera del área gracias a un RB+X que llegó hasta el otro lado del país. Marcela se ganó un trofeo dorado después de unas arduas carreras que terminaron con mucho suspenso, un caparazón de tortuga azul y una desconexión producto de la furia que provocó su exhausta victoria. El control le había salido volando como si fuese una espada, como cuando Guillermo descubrió que era el héroe elegido por la diosa y usó su fuerza para sellar la maldad pura en el centro de la Tierra.

Y después de tanto…

Afuera era ya el cuarto miércoles de agosto del 2018. Algunos de los chicos se divierten haciendo a sus clanes luchar en las diminutas pantallas de sus celulares y otros buscan materiales para construir su villa perfecta. Yo mientras tanto me reencuentro con un viejo amigo que sostiene un arpa entre las manos: “Una cosa que no cambia con el tiempo es la memoria de los días de juventud”, me dijo en aquel bosque, mientras yo permanezco sentado en mi cuarto.

¡Feliz Día, Gamers! ¡Y salud por los que están por venir!

 

Redacción

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